Salgo a las 8am a pasear a mi perro y me cruzo con un paciente. Lo saludo. Para, se asombra, mueve los brazos. Mi perro tira. Lo freno.
- ¡Hola!! ¡Justo venía a verte!
- Pero no atiendo a esta hora, además en un rato salgo para Belgrano. ¡Pará, Platón!
Gira ciento ochenta grados y empieza a caminar a mi lado.
Platón se cruza por delante del paciente, para en un árbol, hace pis, olisquea.
- Recién volví de Jujuy, llevé a los chicos al colegio y vine a verte.
- Qué pena, justo hoy no tengo tiempo, si no, encantada de atenderte. ¡No tires, Platón!
Se pone a mi ritmo, se saca el audífono del oído y me muestra.
- Ves, yo hago lo que me dijiste, lo cepillo y miralo, ¿te parece que anda?
- Pará un poco, Platón. Si, suena como si anduviera, habría que verlo.
- Ya sé, por eso vine. Fijate - se saca el otro audífono- el otro también anda ¿no? bueno, ¿por qué oigo con uno y con el otro es como si tuviera un algodón en el oído? Todo taponado.
Platón se le cruza de nuevo, él lo ignora, aunque casi se cae.
- ¿Por qué no pedís un turno y te veo el jueves? A lo mejor tenés un tapón de cera.
- ¿Qué hago? ¿ Llamo por teléfono?
Un perro en una casa de la vereda de enfrente ve a Platón y se pone a ladrarle. Platón le responde y el ruido ensordece más a mi paciente.
- Si, claro, llamá por teléfono.
- Disculpáme no te oigo, hay mucho ruido.
Grito:
- Llamá por teléfono para pedir turno y te veo.
- Disculpáme, ¿Ves? no anda bien, oigo el ruido pero no entiendo la palabra, eso es lo que me pasa. ¿Qué podrá ser?