Alejandro (88) siempre viene con su mujer, Susana (83)
Alejandro es lindo. Tiene todo su pelo con una mezcla de canas envidiable. Viste con buen gusto. Susana también.
Alejandro es tranquilo, habla solo para decir cosas relevantes. Susana desde el primer día que vinieron me advirtió que él está imposible, que niega todo, que mejor que le explique a ella porque él no entiende. Que hay que repetirle las cosas veinte veces.
Conozco ese tipo de relaciones.
Alejandro usa los audífonos hace un mes. Hoy vino para su primer control. Entró solo. Mucho más suelto. Me hizo un comentario sobre el cierre de mi puerta de entrada. Se instaló y me empezó a contar su experiencia de estos días. Tenía un audífono tapado, lo destapamos.
Yo atiendo con la ventana abierta.
De pronto una voz estridente que venía de la calle me asustó.
- ¿Por qué entraste sin mí? Era Susana.
Uy qué susto, dije yo. Es mi mujer, dijo Alejandro. Salí a abrirle. De verdad me había shockeado su estruendo cuando yo estaba compenetrada en cambiar el filtro del audífono y explicárselo a Alejandro.
La hice pasar, comentándole cuánto me habia sorprendido. Ella solo hablaba de por qué él no la había esperado. Que siempre hacía lo mismo. Te advierto que está terrible. Si no quiere que yo esté, lo espero en la sala de espera. Como quieras. Y ahí se quedó. La puerta que da al consultorio abierta.
Ella me veía a mí de frente, a él de espaldas, apenas.
Yo, clarito a los dos.
Ella cada dos minutos interrumpía:
- ¿Te pusiste el barbijp?
- Ponete los anteojos, si no, no ves lo que Vicky te explica.
- Lo del celular explicame a mí porque él no tiene idea. Ni lo atiende. ¡Qué va a manejar el audífono desde el celu! Y no quiere que lo maneje yo, está imposible.
Le expliqué todo a Alejandro, hasta estar segura de que había entendido. Cuando ella interrumpía, él me decía:
- No la aguanto más. Y me hacía señas: eso entre nosotros dos...
Me contó que acababan de mudarse a un departamento. Mucho más chico que la casa donde vivían antes. Y que, claro, a veces no encontraban las cosas, o había otras que todavía estaban en la casa grande.
- Es que él es muy distraído. Yo soy ordenada: un lugar para cada cosa.
Alejandro me explicaba con ejemplos divertidos: ¿dónde está la remera rosa? ¿Vos la trajiste? No sé...
- Claro, si yo no me ocupo... decía Susana, haciéndome caras desde la sala de espera.
Él la escuchaba muy bien y me decía, bajando la voz:
- Es imposible vivir con ella.
Yo seguía riéndome de las anécdotas que se sumaban. Me los imaginaba peleando en el departamento. Él me explicaba lo difícil que era reducir espacios.
- Si él me dejara, yo ya tendría todo ordenado.
Yo le hablaba a Alejandro de lo linda que le quedaría la remera rosa, que no se la olvidara. Y repasábamos el manejo del celular.
- Qué bien me hizo venir a verte - dijo Alejandro.
Los acompañé y les halagué a los dos su forma de vestirse. Les dije que me habían divertido.
Ella:
- Yo tendría que venir a verte todos los días, porque si no, lo mato.
Los dos se fueron creyendo que yo estaba de su lado.