miércoles, 14 de diciembre de 2016

Vivir para creer

Llegó y lo percibí.
Me atacó, nadie le había dicho que tenía que pagar. Tenía turno 10.30 y no 11.30, no pensaba esperar a que atendiera a los otros pacientes. "No me muestre la agenda, no me importa lo que usted anotó, yo sé lo que me dijeron".
Pasó. Tenía que probarle audífonos.
Venía con un libro Editorial Tusquets. ¿Qué está leyendo?, tal autor. "Leí todos los libros de él, es sueco, el mejor escritor de policiales"
La energía fue cambiando. Me interesé. Anoté el nombre del autor.
Pero la computadora no encendía. Buscaba, buscaba pero no se abría la pantalla.
Llamé al técnico. Entretuve al paciente con charla literaria. Apagué y encendí la computadora cien veces. Nada. No iba a poder atenderlo.
Seguí hablando de literatura.
"Mi hijo es historiador, mi hija periodista, mi padre escritor… se imagina que vengo de una base cultural que…"
Qué bien, que bien, admirable. Cuénteme...
Cómo perdió su audición?
"Yo practicaba tiro y se me puso uno a un lado para aprender, porque, ejem… yo era muy bueno"
La compu nada. Negra como la noche.
Tuve que explicarle que no le iba a poder hacer la prueba. Su ego inflado le permitió perdonarme. Cambiamos el turno para otro día.
Se fue. Abri las ventanas.

Entro Faustino, un pacientito de cinco años,  adorable y divertido.
A la media hora la compu se había encendido.

Entra otro  para hacerse estudios. El audiómetro se apagaba solo. Jamás había pasado.
No pude contrarrestar la mala onda en toda la mañana a pesar de que sonreí  espontánea y fingidamente.

Siguió así: la llave de la entrada nueva no funcionó, tuvimos que salir por la cochera.
A mi socia se le quedó la llave adentro y  pudo salir cuando le mandaron una de repuesto.

Tiemblo de solo pensar en el día que tengo que volver a atenderlo.