martes, 18 de septiembre de 2012

Involucrarse o no involucrarse?



Esa es la cuestión.
En las profesiones relacionadas con la salud es necesario poner un poco de distancia para que los sentimientos no nos paralicen. Porque involucrarse nos debilita al punto de no poder seguir con esta tarea. Y los pacientes necesitan a alguien fuerte, que ponga en funcionamiento su cabeza para resolverle el problema.
Pero a veces pasan cosas como esta:

Entra Graciela, una paciente de mas de 80, acompañada de su hija.
Trae sus dos audífonos sin funcionar. Raro, los dos a la vez, dice la hija. Y comparto. Posiblemente los golpeó o se le mojaron, el caso es que los debe dejar para que los mandemos al service de su marca.
Además los moldes están muy viejos, no le sirven. Propongo tomar nuevas impresiones, así cuando retira tiene todo en perfectas condiciones.
Miro los oídos con un otoscopio y veo que están totalmente tapados con cera. No puedo tomar impresiones hasta que no vaya al otorrino para que le limpien.
Sé que a ella le cuesta oírme, entonces le explico a la hija. Intercambiamos ideas, le hago una nota al otorrino, hablamos de demoras, pautamos qué hay que hacer primero, cuanto podrá salir y el tiempo que se quedará sin poder usarlos.
Graciela nos mira sin entender. Pregunta, necesita enterarse.
La hija le explica en voz alta, pero muy resumido.
Yo no intervengo. Sigo entendiéndome con la hija.
De pronto la miro y está llorando. Le agarro una mano.
- Qué pasa Graciela?
- No oigo nada!!

Dios! cómo puedo olvidarme de que ESE ES SU PROBLEMA?
Por un instante me puse en su lugar, ver que los demás hablan, resuelven algo que es de mi incumbencia, sin poder intervenir, sin que me expliquen todo al detalle. Y no insistir para no molestar.

Bajé la guardia, la abracé, le expliqué lo que había que hacer, le dije que no nos hiciera caso, que tenía razón, que todos andamos apurados.

- La gente es mala, me dijo, no nos tienen paciencia

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